> Museo de la Diáspora Rusa«Casa Blanca»Музей Русской Диаспоры «Белый Дом»: "Los hombres de las fotografías", por Anahí Acevedo Papov

BIENVENIDOS a nuestra Casa-Museo en la Colonia Rusa San Javier (Uruguay)
Monumento Histórico Nacional desde el año 2011.

ДОБРО ПОЖАЛОВАТЬ в наш Дом-Музей в русской Колонии Сан-Хавьере (Уругвай)
Национальный Исторический Памятник из 2011 года.



Premiado por: Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay | Embajada de la Federación de Rusia en Uruguay.
Declarado de Interés por: Junta Departamental de Río Negro | Ministerio de Turismo y Deportes.


sábado, 10 de diciembre de 2016

"Los hombres de las fotografías", por Anahí Acevedo Papov


Artículo publicado originalmente en:



Un edificio construido por colonos rusos en Uruguay esconde más de cien cánticos religiosos antiguos transmitidos de generación en generación. Los “stijy”, como estos son denominados, representan las penurias, la fe y los logros de 300 familias. Para que este legado no perezca, un integrante de esta comunidad religiosa impulsó una recopilación a través del coro De Profundis.

Por Anahí Acevedo Papov.


A 13.300 kilómetros de la ciudad de Moscú, en un rincón de un pueblo de Uruguay, una casa blanca, alta y robusta esconde dentro de sus paredes el legado de 300 familias rusas. Construida en 1933 por inmigrantes del Cáucaso, la “Sabrania” constituye el vestigio de una religión perseguida en la región eslava entre mediados del siglo XIX y principios del XX. A más de cien años del arribo de sus fundadores a tierras uruguayas este lugar de culto intenta abrirse paso en la sociedad para no perecer en el olvido.

La denominación de “Sabrania” deriva de una palabra rusa que hace referencia a “reunión”. Este lugar conformaba el punto de encuentro de los creyentes de la “Nueva Israel” una corriente religiosa surgida a mediados del siglo XIX en la Rusia zarista. La Nueva Israel fue gestada por “el apóstol” Perfenti Katasonov, bajo las ideas de Habbakuk Kopylov (también considerado apóstol) un humilde agricultor que se destacaba por su piedad, propulsor del movimiento «Bogomoly» (Los que rezan a Dios).

Quienes eran seguidores de esta corriente eran, en su mayoría, agricultores que rechazaban a la Iglesia Ortodoxa y a los íconos rusos. Por el contrario, los fieles creían firmemente que Dios estaba “donde se hace el bien”, y se alejaban de la idea de contribuir con dinero a una autoridad para que sus pecados sean purgados.

Sobre una de las calles paralela al río Uruguay, en el pueblo de San Javier –ubicado en el departamento de Río Negro– se levanta una estructura que se diferencia del resto de las casas de la colonia. Es sensiblemente mayor y sus muros son bombés. En su fachada, un cartel en español y cirílico anuncia la unión de dos culturas: la rusa y la uruguaya.

Una vez que su entrada es sorteada y se adentra en la edificación, lo único que queda es admirar. Sus paredes están repletas de fotografías de principios del siglo XX, enmarcadas con ribetes en cuadros antiguos. Algunas de ellas poseen debajo una inscripción con sus nombres. Pertenecen a quienes, algún día, rendían culto a su fe en ese lugar; un grupo de inmigrantes rusos integrantes de la comunidad Nuevo Israel.

Si bien la mayoría de las fotos están en blanco y negro –algunos sí se encuentran pintados a color– cada visitante intenta sacarle el máximo rédito a la observación. En las imágenes, por lo general, las mujeres llevan pañuelos sobre su cabeza. Los hombres, un bigote prominente.

Los ojos de los retratados les hablan al visitante, intentan salir del cuadro para expresar cuánto sufrimiento y penurias pasaron. Con qué valentía soportaron durante tres meses un viaje en barco, cuánta hambre, cuántas muertes lloraron, cuán agradecidos están a la nueva tierra que los recibió. Asimismo parecen dar testimonio de una fidelidad que portaron con orgullo.

Todas las fotografías que cuelgan de sus paredes fueron donadas. Además de ellas, dentro de la Sabrania se conservan álbumes de fotos que ilustran recuerdos memorables de la colonia, como la compra del primer auto de San Javier, o el arribo del entonces presidente uruguayo Luis Batlle Berres, a quien se le obsequió un pan especialmente horneado, una costumbre rusa que simboliza la abundancia y la hospitalidad.

Los retratados ya no están. Sólo quedan las fotos, la estructura, el legado de su cultura, la tradición, y un pueblo que tiene una identidad propia.

Nuevos destinos

El tercer apóstol de esta comunidad rusa fue Basilio Lubkov, un hombre que fue el encargado de guiar a las familias creyentes a la tierra prometida, el Israel al que hace referencia la Biblia.

Lubkov tomó el mando de esta comunidad en un momento donde las bases de la sociedad rusa parecían tambalearse. Gracias a su condición de visionario, pudo prever que los siguientes años se daría un quiebre en la historia. La revolución bolchevique y las dos guerras mundiales así lo confirmaron. Fue debido a esto que, sumado a una persecución religiosa, a principios del siglo XX comenzó a buscar nuevos destinos.

La mitad de este grupo emigró a Canadá. El otro destino elegido fue Uruguay. El presidente uruguayo de ese entonces, José Batlle y Ordoñez, en el afán de poblar la campaña de personas con conocimientos de agricultura, eligió a este puñado de hombres y mujeres para desarrollar el país.

Finalmente, tras largas esperas e inconvenientes, el 27 de julio de 1913 trescientas familias desembarcaron en las costas provechosas del río Uruguay, a 400 kilómetros de Montevideo, sobre tierras fértiles. De esta forma, de la mano con la fundación de la colonia de San Javier, se dio lugar al mestizaje de la cultura rusa con la uruguaya, algo que permanece hasta nuestros días y que muchos de los descendientes de aquellas familias hacen de ella su diario vivir.

Los rusos introdujeron el girasol a Uruguay y fueron importantes productores de semillas, las cuales reservaban en un galpón de piedra que construyeron para este fin. Asimismo, se levantó un molino harinero donde procesaban el trigo que cosechaban. No obstante, el mantenerse lejos de su tierra no fue motivo para el olvido del fundamento de su vida. Más allá de las extenuantes horas de trabajo en el campo, los inmigrantes no dejaron de lado su fe. Cada domingo la comunidad se reunía para dar lugar a su culto religioso, llevado a cabo por Lubkov.

En un primer momento, el sitio de encuentro fue la casa donde residía el cabecilla –también denominado Pápa, puesto que era visto bajo una mirada de paternidad– y luego la misma tuvo lugar en el galpón de piedra. Allí se desarrollaban sermones y se entonaban cánticos religiosos compuestos por el líder. Estos cantos, o “stijy”, estaban relacionados a fragmentos bíblicos y a enseñanzas de la vida en general, sobre todo, a las penurias pasadas hasta desembocar en tierras del hemisferio sur.

Los seguidores de la fe concurrían al culto, desde las chacras donde vivían, distantes, en algunos casos, de varios kilómetros. A pesar de que había quienes  se trasladaban en carros rusos, otros lo hacían a pie cada domingo, sin falta alguna. Empero, el carácter de Lubkov lo llevó a tomar nuevos rumbos en 1926 y, considerando que su trabajo ya había sido realizado, retornó a su tierra natal. El culto quedó bajo responsabilidad de Andrés Poiarkov en un primer momento, y más tarde de Mirón Gayvoronsky, ambos hombres fieles a Lubkov.

Una nueva sede

Habían transcurrido siete años desde la partida del “Pápa” a la lejana Rusia. Una clara mañana, mujeres con pañuelos se embarraban las manos para levantar paredes. A pesar del arduo trabajo, mostraban su alegría entonando “stijys”.

Era la construcción de un lugar que serviría exclusivamente para congregarse, y que continuaría en pié muchos años más, inclusive cuando llegase la modernización a la colonia. En 1933 la Sabrania fue levantada bajo una técnica rusa de construcción que conlleva barro y paja.

Por otro lado, aunque no se maneja una fecha exacta, se estima que en 1937 Lubkov fue asesinado en una Isba en Siberia. Con motivo de su fallecimiento sus seguidores en Uruguay agregaron un nuevo cántico a la lista, escrito especialmente para su ocasión. Traducido del ruso al español, parte de su letra dice: “Están lejos tú y tu tumba, lloraremos lágrimas emotivas por tu pérdida”.

A medida que el tiempo pasaba y los líderes fallecían, la cultura rusa se mestizaba aún más con la uruguaya, disolviéndose en algunos casos, creando una nueva, en otros. No obstante, la actividad en la Sabrania seguía presente. Incluso durante la época de facto en Uruguay (1973 – 1985) y, a pesar de que San Javier fue un punto duramente perseguido por los militares, el culto siguió teniendo su lugar.

Dos años sin la llave

Actualmente, la Sabrania abre sus puertas dos veces por año. El 31 de mayo para celebrar la liberación de Lubkov en Rusia, con motivo del nacimiento del hijo de Zar, antes de arribar a Uruguay. La otra fecha es el 27 de julio, cuando todos los años se celebra un nuevo aniversario del desembarco de los rusos en el río Uruguay.  Al día de la fecha, el cántico realizado en honor a la muerte de Lubkov es el primero que se entona en este sitio cuando ocurre una reunión.

Empero, el lugar no tuvo una actividad ininterrumpida. Durante dos años debió cerrar sus puertas. Luego de Mirón Gayvoronsky, la llave del edificio pasó, durante las décadas, de mano en mano, hasta que, por diferencias de la comunidad, esta desembocó en la intendencia del departamento. Finalmente, en 2008 se retomó la actividad.

Emoción

Clara Chaparenko Semikin es hija de Nina Semikin Orlova, la persona descendiente de los rusos inmigrantes más longeva de San Javier, y quien posee la llave de la Sabrania. Sin embargo, es Chaparenko la encargada de abrir el lugar a los visitantes, debido a que su madre, con casi 96 años, se ve imposibilitada de realizar esa tarea. La hija de Semikin recuerda especialmente el día en que la llave fue recuperada.

“Fue el 27 de mayo. Faltaban unos días para que se celebrara el 31 de mayo y nosotros queríamos sí o sí hacer una reunión, entonces resolvimos realizarla afuera, ya que adentro no podíamos entrar. Cuando el intendente de Río Negro, Omar Lafluf, se acercó a entregarnos la llave de la Sabrania. ¡Con qué emoción la recibimos!”, declaró en entrevista para esta nota.

Por su parte, Nicolás Golovchenko Villagrán, director del Museo Casa Blanca de San Javier, integrante de la Sabrania y descendiente de los colonos rusos, registró ese momento en el Semanario “Zona Oeste” de Río Negro, el 6 de junio de 2008.

En el artículo referido, menciona: Luego de más de dos años sin reuniones en el templo, sus paredes volvieron a resonar con los antiguos cantos religiosos. Sentí una gran emoción de participar en esta ceremonia histórica en el mismo lugar donde mis antepasados adoraban a Dios: allí está el retrato de mis tatarabuelos Román Luchilin y Praskovia Salnikov; allí resonó la voz de otro Nicolás Golovchenko (hermano de mi bisabuelo) que cantaba como los ángeles, según dicen quienes lo conocieron”.

Un tesoro a resguardo

Las personas que actualmente entonan los cantos son, aproximadamente, ocho. El repertorio que se conserva tiene más de cien cánticos y se transmiten de generación en generación. Sin embargo, la mayoría de estas personas son mayores y no ha habido un número importante de ingresos a esta comunidad.

Una vez que falten en el pueblo quienes hoy realizan la tarea de entonarlos, se perderá una cultura de más de cien años. Motivado por esto, uno de los integrantes, Nicolás Golovchenko Villagrán, está llevando a cabo una tarea de recuperación.

Golovchenko es el responsable del “Registro de los Cantos Religiosos Rusos de la Sabrania de San Javier (Río Negro)”. Este proyecto fue premiado por el Fondo Concursable para la Cultura (Ministerio de Educación y Cultura) en la Convocatoria 2010, e involucra la participación del Ensemble Vocal e Instrumental “De Profundis”, bajo la dirección de la Maestra Cristina García Banegas, quienes interpretan algunos de los cantos rusos de la Sabrania. Estos cantos, interpretados por el Ensemble De Profundis en el marco del proyecto, están siendo registrados en CD y saldrán al público en breve.

Para perpetuar

El lugar de culto aparece en los primeros recuerdos de Chaparenko, quien relató sus memorias respecto a las visitas a este sitio. “Yo llevaba a mi bisabuelo a la Sabrania, y me queda afuera jugando mientras se cantaba. Pero siempre había un canto que se entonaba al final, entonces cuando lo escuchaba iba a buscar a mi bisabuelo. Los más viejitos de entonces, al verme, me daban moneditas para incentivarme a que siguiera yendo, pero sin moneditas yo iba igual, siempre me gustó”,  narró.

Chaparenko señala la importancia de concurrir a este lugar para no perder sus raíces. “Es lo único que nos queda” advierte, y hace referencia a que conforma el patrimonio de los antepasados. “Hay que conservarlo, venir dos veces por año no es mucho”, reconoce.

En los días de festejos, cuando la Sabraña abre sus puertas, acuden a visitarla descendientes de los hombres de esta comunidad. Algunos encuentran a sus abuelos o bisabuelos en las fotografías, logrando una emoción particular, puesto que en algunos casos es la primera vez que ven el rostro de su familiar.

No obstante, para comprender la raíz del sentimiento por la Sabrania es necesario ser testigo de la entonación de un “stijy” dentro de sus paredes. Cuando este momento ocurre, las fotografías vuelven a tomar protagonismo. Los rostros retratados parecen reconocer el idioma y el significado de su cántico, y si se mira más detalladamente, parecen mostrar orgullo por su comunidad.

Empero, sólo basta aguardar que dentro de aquel edificio sigan resonando esos cantos durante el tiempo suficiente como para que nunca sea olvidado aquello que significó la pasión y la misión de 300 familias rusas en tierras uruguayas.

© 2016 Texto y foto: Anahí Acevedo Papov.