He decidido hacer pública hoy -después de 5 años de escrita- mi carta-réplica a los dichos calumniosos y difamantes que sobre mi persona escribió el Dr. L. NICOLÁS GUIGOU en su tesis de doctorado y libro "Religión y producción del otro: mitologías, memorias y narrativas en la construcción identitaria de las corrientes inmigratorias rusas en Uruguay", libro publicado en 2011 con apoyo de la Universidad de la República y del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay.
Entregué mi carta-réplica
personalmente al Dr. L. Nicolás Guigou en septiembre de 2011 en su Cátedra de Antropología de
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Montevideo), también con una
copia entregada en mano propia al Profesor Renzo Pi Hugarte, titular de
la Cátedra en ese momento, y otra copia entregada a los estudiantes de
la misma allí presentes.
Este desagradable incidente es uno de tantos en mi periplo personal como fundador
del Museo de la Diáspora Rusa "Casa Blanca" en la Colonia Rusa San
Javier y como investigador de su Historia. Pasado un tiempo prudencial,
considero que hacer pública hoy mi carta-réplica -ya que públicas son las calumnias y difamaciones del libro del Dr. Guigou-
podrá servir a comprender mejor y con justicia las historias humanas que hay detrás de la
Historia. Sobre estos documentos nos juzgarán las generaciones futuras.
Nicolás
Nicolás
Nº 115/2011
Montevideo,
21 de septiembre de 2011
Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación
Dr. L. Nicolás Guigou
De mi mayor consideración,
Con motivo de la presentación
de su libro: “RELIGIÓN Y PRODUCCIÓN DEL OTRO: MITOLOGÍAS,
MEMORIAS Y NARRATIVAS EN LA CONSTRUCCIÓN IDENTITARIA DE LAS
CORRIENTES INMIGRATORIAS RUSAS EN URUGUAY”, le hago llegar mi
versión a propósito de algunas expresiones vertidas en el mismo.
Voy a limitarme a comentar brevemente lo que más me atañe, que son
las páginas referidas a mi persona, y a la Sra. Katia Kastarnov, a
quien también represento en esta oportunidad.
Mi nombre es Nicolás
Golovchenko Villagrán. Desde el año 2006 soy fundador y director
del Museo de la Diáspora Rusa en la Colonia Rusa San Javier. El
Museo tiene sede en el edificio conocido como Casa Blanca, el cual
adquirí en propiedad con el fin de convertirlo en Museo, como así
hice, a pesar de las dificultades de toda especie que he encontrado
en mi camino en estos últimos 5 años de trabajo. La Sra. Katia
Kastarnov es bisnieta del fundador religioso de San Javier, Basilio
Lubkov, y fue donante del archivo completo de Lubkov para el Museo
Casa Blanca.
En esta oportunidad, me
centraré en lo que Ud. dice en este libro a partir de la página
214, en la cual habla precisamente sobre la Casa Blanca de San
Javier, y particularmente sobre mi persona.
En el libro advertí numerosas
incorrecciones, que me hicieron lamentar que, en lo que respecta a
nuestro San Javier, la documentación que respalde lo dicho no parece
haber sido suficiente. Omitiendo citar ejemplos en forma exhaustiva,
me centraré en los puntos que merecen urgente rectificación: quien
suscribe, NO compró la Casa Blanca con “fondos del Ministerio de
Educación y Cultura”. De dónde obtuve los fondos para comprar la
Casa Blanca, creo que siempre ha sido público y notorio. Baste
remontarse al año 1999 y al Certamen de televisión “Martini
Pregunta”, donde un joven de 20 años contestaba sobre el tema
“Mitología Griega” (a propósito de mitologías) y ganó el
Premio Mayor, consistente en una apreciable suma de dinero en
efectivo.
Un segundo punto, no menos
desconcertante para mí, es donde su libro cita un hecho en el cual
fue Ud. mismo protagonista. La breve y única entrevista que Ud. y yo
mantuvimos, en casa de la Sra. Kastarnov y a instancias de ella
misma, está incomprensiblemente distorsionada. Allí Ud. me presenta
como un personaje advenedizo, soberbio, sospechoso, y hasta
contradictoriamente ingenuo, que aparece en mitad de su investigación
antropológica como para “apoderarse” de la valiosa documentación
que la Sra. Kastarnov hasta ese momento le había facilitado,
documentación que, según insinúa, era importante para su
investigación. Lamentable e incomprensiblemente para mí, poco o
nada de lo allí citado o insinuado se ajusta a los hechos y a los
dichos de esa entrevista, como realmente fueron.
Quisiera rectificar algunas
otras imprecisiones: el emprendimiento del Museo Casa Blanca no
está financiado por el Gobierno, sino por mi propio bolsillo de
bibliotecario. La única ayuda que recibí del Gobierno para el Museo
ha sido el Premio “Fondos Concursables” 2007: 100.000 pesos que
en buena ley concursé y gané para destinarlos a la reparación y
posterior inauguración de la Primera Sala del Museo. Nada más que
eso, y de parte del mismo Ministerio que también apoya hoy su libro.
Ud. concluye arbitrariamente
que la sustentabilidad del Museo depende de la recaudación por el
cobro de entradas. Hasta el día de hoy el Museo sigue en pie sin
financiaciones de ninguna especie y sin nunca haber cobrado entradas.
El sustento del Museo sigue saliendo de mi modesto bolsillo de
bibliotecario.
Ud. dice: “supe por Nicolás,
que él le ofreció un cargo, honorario o no, dentro del museo” a
la Sra. Kastarnov (p. 216). No comprendo cómo se escribe esto en su
libro. No sólo la Sra. Kastarnov ha donado desinteresadamente para
el Museo el archivo histórico completo de su bisabuelo Basilio
Lubkov, sin ningún afán de remuneración ni lucimiento a cambio,
sino que yo nunca estuve en condiciones de hacer a la Sra. Kastarnov
semejante propuesta. Hasta el día de hoy, sigo siendo el único
funcionario del Museo, fundador, director, archivista, albañil y
portero, y por supuesto, sin recibir remuneración alguna por mi
trabajo.
Ud., con suspicacia, conjetura
que a mí sólo me movía un afán de “lucro”, y así dice el
libro: “para conseguir mejores lucros, Nicolás quiere hacer
un museo indígena en una de las partes de la casa.” (p. 216).
Luego cita, sin preocuparse de sus nefastas consecuencias difamantes,
las duras e infundadas opiniones de algunos pocos sanjavierinos con
respecto a mi persona: “lo que quiere este gurí es fama y plata.
Vio que San Javier se volvía negocio y ahora quiere currar con eso
(…) Curro, curro de los montevideanos.” (p. 217). ¿Qué lo
autoriza, Dr. Guigou, a repetir este dogma del “lucro” que atenta
difamatoriamente contra mi persona? Ud. recurrió apresuradamente a
citar a Santos Gonçalves a propósito de patrimonio y mercado, pero,
modestamente, considero que en el cúmulo de citas bibliográficas de
su libro, al menos esta cita ha venido muy mal a colación.
Ud. profetiza: “Nicolás no
iba a tener mucha suerte con el emprendimiento museológico, porque
la Casa Blanca, de una forma o de otra, era de todos. Y, tal vez,
debería regresar a la comunidad de alguna forma. Nadie sabía por
qué vía, pero la idea de la creación de un museo privado provocó
mucha resistencia.” (p. 219).
Es cierto, como toda idea
revolucionaria e intrépida, provocó mucha resistencia, pero sólo
en las pocas personas que Ud. entrevistó, que como Ud. mismo
reconoce, son “amigas de las conspiraciones”. Ud. no se tomó la
objetiva molestia de entrevistar a los cientos de otras personas que
han apoyado mi idea y lo siguen haciendo hasta el día de hoy,
gracias a las cuales el Museo cuenta hoy con una colección y un
contenido mucho más rico y completo de lo que yo pude imaginar al
principio. Ud. ni siquiera intentó entrevistarme a mí personalmente
e informarse seriamente de la evolución real y justa del Museo.
Aunque tal vez estas entrevistas no hubieran encajado adecuadamente
en su tesis.
Ud. se pregunta: “¿Acaso los
sanjavierinos se van a desprender de sus archivos, ropas, muebles,
fotos y documentos, para donarlos a un museo particular?” (p. 216).
La respuesta es: ¡Sí! Los sanjavierinos se han desprendido
efectivamente de sus archivos, ropas, fotos, documentos, instrumentos
musicales, herramientas, carros y hasta muebles para el Museo. Es
cosa de no creer, pero en el Museo hasta tenemos, entre otros
objetos, un mueble que perteneció a la última Princesa Romanov,
donado al Museo por su propia hija.
Ud. concluye: “Si para alguna
cosa ha servido esta investigación, es para saber cuán lejos está
todo esto de suceder.” (p. 216). Se equivocó nuevamente: “todo
esto” y mucho más, ya ha sucedido, incluso bastante antes de que
este libro viera la luz en la imprenta. De corazón lo digo, cuánto
desearía que esta investigación tuviera para nosotros mayores
utilidades que sólo este fallido pronóstico.
Véase otra ironía de los hechos, cuando el libro dice: “las guardianas de la Sabrania no piensan donar ninguna foto ni objeto para el museo, que no tiene que ver con la religión.” (p. 216). Una de esas “guardianas” a las que Ud. se refiere se ha convertido en entusiasta admiradora de mi trabajo (como muchos de los que me fueron hostiles al principio), acompañándome en varias de las actividades que organizamos en el Museo. Y en cuanto a la Sabrania, el templo de mis bisabuelos y tatarabuelos rusos, he sido recibido como un hijo adoptivo por los ancianos que allí se reúnen, quienes me enseñaron a cantar los antiguos himnos religiosos rusos inéditos, y al día de hoy estoy desarrollando un proyecto de registro de dichos cantos religiosos con el prestigioso Ensemble Vocal De Profundis, en el marco de un segundo premio de Fondos Concursables del MEC. Vaya si mi trabajo tenía muchísimo que ver con la religión de Nuevo Israel en San Javier.
Con respecto a la inauguración del Museo, Ud. se apresura y vuelve a equivocarse. Ud. cita muy bien a Derrida (p. 17), cuando se cuestiona sobre una tesis a la que le habría pasado su tiempo. Sea como fuere, en el afán de su tesis, y de los tiempos de su tesis, Ud. pretende que un proceso que tarda años se cumpla en unos pocos meses. Yo compré la Casa Blanca en noviembre de 2006: es imposible inaugurar un Museo en menos de 11 meses, máxime en las condiciones en que yo me encontraba para encarar el proyecto de restauración de la Casa, viviendo en Montevideo, viajando a San Javier los fines de semana, y haciendo la mayor parte del trabajo con mis propias manos. Lo que Ud. confunde con “inauguración” fue simplemente la primera apertura al público, en ocasión del Día del Patrimonio 2007. Sobre esto Ud. dice cosas tan inexactas como dolorosas, que subestiman mi trabajo y la buena fe de los sanjavierinos: que ese día la Casa “estaba vacía”, que ese día “fue un fracaso, con importantes ausencias”, y que “los sanjavierinos le dieron la espalda a este proyecto de museo” (p. 219 y 220).
Véase otra ironía de los hechos, cuando el libro dice: “las guardianas de la Sabrania no piensan donar ninguna foto ni objeto para el museo, que no tiene que ver con la religión.” (p. 216). Una de esas “guardianas” a las que Ud. se refiere se ha convertido en entusiasta admiradora de mi trabajo (como muchos de los que me fueron hostiles al principio), acompañándome en varias de las actividades que organizamos en el Museo. Y en cuanto a la Sabrania, el templo de mis bisabuelos y tatarabuelos rusos, he sido recibido como un hijo adoptivo por los ancianos que allí se reúnen, quienes me enseñaron a cantar los antiguos himnos religiosos rusos inéditos, y al día de hoy estoy desarrollando un proyecto de registro de dichos cantos religiosos con el prestigioso Ensemble Vocal De Profundis, en el marco de un segundo premio de Fondos Concursables del MEC. Vaya si mi trabajo tenía muchísimo que ver con la religión de Nuevo Israel en San Javier.
Con respecto a la inauguración del Museo, Ud. se apresura y vuelve a equivocarse. Ud. cita muy bien a Derrida (p. 17), cuando se cuestiona sobre una tesis a la que le habría pasado su tiempo. Sea como fuere, en el afán de su tesis, y de los tiempos de su tesis, Ud. pretende que un proceso que tarda años se cumpla en unos pocos meses. Yo compré la Casa Blanca en noviembre de 2006: es imposible inaugurar un Museo en menos de 11 meses, máxime en las condiciones en que yo me encontraba para encarar el proyecto de restauración de la Casa, viviendo en Montevideo, viajando a San Javier los fines de semana, y haciendo la mayor parte del trabajo con mis propias manos. Lo que Ud. confunde con “inauguración” fue simplemente la primera apertura al público, en ocasión del Día del Patrimonio 2007. Sobre esto Ud. dice cosas tan inexactas como dolorosas, que subestiman mi trabajo y la buena fe de los sanjavierinos: que ese día la Casa “estaba vacía”, que ese día “fue un fracaso, con importantes ausencias”, y que “los sanjavierinos le dieron la espalda a este proyecto de museo” (p. 219 y 220).
Ese día la Casa apenas se
abría al público por primera vez después de décadas. Para ese día
yo sólo tuve tiempo para limpiar el enorme basurero que había, por
dentro y por fuera del edificio, y aún así, llegué también a
exponer una pequeña muestra de los objetos donados hasta el momento
por las familias sanjavierinas. Y lo más importante: en las 6 horas
que estuvo abierta al público, la Casa recibió la visita de casi
200 personas de todas las edades: tuve el privilegio de ver algunos
ancianos llorar de emoción por entrar a la Casa por primera vez
después de los muchos años que permaneció cerrada, rememorando las
reuniones que allí hacían en otras épocas con sus padres o
abuelos.
Ese día también recibí su
visita, Dr. Guigou, que lamento mucho haya sido tan fugaz y esquiva,
y que no haya tenido al menos un minuto para conversar conmigo o
entrevistarme por la apertura de la Casa. Ésa habría sido una
imperdible oportunidad para documentarse en la fuente, y no a través
de terceros.
La verdadera inauguración del
Museo se produjo el 17 de mayo de 2008. Recibimos sendos mensajes de
felicitación de la Ministra de Educación y Cultura y del Embajador
de Rusia, quienes excusaron su ausencia por motivos de viaje, y
contamos con la presencia del Intendente Departamental de Río Negro,
autoridades departamentales, senadores, un ex Presidente de la
República, prensa departamental y nacional, y muchos sanjavierinos
de todas las edades que colmaron el jardín del Museo para escuchar
mi discurso inaugural y dar su apoyo al Museo que comenzaba a andar.
Lamento que ese día Ud. no haya estado presente.
Ud. señala que los
sanjavierinos, antes del Museo, no podían visitar la Casa Blanca,
“justamente” porque era propiedad privada (p. 215). Hoy en día,
la Casa sigue siendo propiedad privada, lo cual nada significa desde
el punto de vista de su accesibilidad. Paradójicamente, bajo mi
propiedad, el Museo de la Casa Blanca está abierto a todo público.
La Casa Blanca también es mi domicilio personal en San Javier, y es
tan accesible al público que a veces queda la intimidad del
domicilio privado voluntariamente subordinada a la curiosidad de los
turistas que llegan a menudo.
La Casa Blanca está viva,
crece y se desarrolla, aunque lentamente y con mucho sacrificio,
acompañada por la comunidad que le da contenido y sentido, y
recibiendo cientos de visitantes nacionales y extranjeros cada año.
No es, como Ud. creía citando a Eckert, un simple “ejercicio de
museificación y petrificación de la memoria” (p. 220). Hoy, y a
diferencia de los demás edificios históricos de San Javier de
propiedad estatal, la Casa Blanca está convertida en el Museo de la
Diáspora Rusa, declarado de Interés Ministerial por el Ministerio
de Educación y Cultura y por el Ministerio de Turismo y Deportes;
premiado con el Primer Premio Museos 2006 del MEC; con dos
condecoraciones de la Embajada de Rusia en Uruguay; declarado de
Interés Departamental por la Junta Departamental de Río Negro, y
recientemente declarado Monumento Histórico Nacional por la Comisión
del Patrimonio Cultural de la Nación.
Y para mayor tranquilidad de
quienes en un principio cuestionaron el verdadero fin y destino de mi
trabajo en esta Casa, he legado por testamento, en mi calidad de
único y legítimo propietario, el edificio Casa Blanca y todo el
archivo y colección del Museo, al Estado Uruguayo. No garantizo que
en manos estatales, cuando yo ya no esté con vida, este Museo siga
manteniendo el mismo espíritu de amor y de entrega que hasta ahora
tiene en manos privadas. Pero la omnipotencia estatal parece ser la
mejor de las garantías para ciertas mentalidades, por más que en
San Javier sobren ejemplos en contrario, que también están citados
en el libro.
Ud. tardó más de 5 años en
escribir este libro en papel, que según Ud. mismo me comentó hace
unos días, es una edición limitada para que la lean muy pocas
personas. Por lo que Ud. me dice, parece que su libro está destinado
a caer pronto en el olvido. Yo en cambio, tardé la misma cantidad de
años en escribir un libro para que lo lea todo el mundo, la mayor
cantidad de almas posible. Las de hoy y las del futuro. Yo espero que
mi libro nunca se olvide, pues trato con todas mis fuerzas de que sus
páginas se escriban en la piedra y en el corazón de mis lectores.
Sin otro particular, saludo a
Ud. atte.,
Nicolás Golovchenko Villagrán
Fundador y Director
(Museo de la Diáspora Rusa "Casa Blanca")